martes, 19 de julio de 2011

La ciudad que vale su propio nombre



Por fin hemos conocido el altiplano. 2 días han sido suficientes para captar la esencia de unas tierras duras y poco cordiales con sus habitantes. Tierra caprichosa es esta, que esconde su riqueza de la vista de las personas para guardarla en un cofre hecho montaña. El Cerro Rico de Potosí, imponente él, tótem del altiplano, testigo de viejas glorias y guardián de una villa que una vez sostuvo un imperio. Potosí, la villa o ciudad que valió su mismo nombre , vive olvidada en las alturas tratando de olvidar las deudas que la historia contrajo con ella, resignada por saber que nunca las verá cobrar.

La primera impresión que uno se lleva es cruda, tanto o más que la región. La miseria existe. Las barriadas son muy descriptibles y esta se identifica fácilmente. Las calles parecen pobladas. Se ve a gente moverse, intentar salir a flote y respirar,  luchar por sobrevivir aunque la suerte no se lo permita. Sin embargo, no todas las personas reaccionan igual ante esta situación. Para muchos el tiempo parece haberse detenido. Observar parece una salida a la frustración, una salida indiferencia de quién decide no sentir, un paréntesis a la desesperanza.

Mientras tanto el Cerro Rico observa imponente a la villa que dio a luz. La vieja dama Coya observa con el cariño de una madre a su hija Potosí. Ella se vuelve más vieja, más encorvada, sabedora de que pronto se agotarán sus riquezas. Su hija en cambio, pese a haber sido despechada, todavía guarda algo de belleza y de dignidad y suspira con conocer de nuevo los buenos tiempos del pasado.

Toda persona tiene algo que esconder aun así. El olvido no se ha llevado la belleza de la dama de Potosí.  Sin embargo sí que lo ha hecho con la sangre de las generaciones que han sido sepultadas bajo el monte, la dama Coya, que le da cobijo. En cierta forma la historia de los mineros potosinos me recuerda a la de los espermatozoides. Un enjambre de hombre se dirige a la montaña y navegan contracorriente sacando el oro y la plata que ve nacer la belleza en el altiplano. Cada vez que sus picos arrancan los valiosos minerales de las entrañas, estos inseminan la belleza de la dama potosina, dejándose la vida cada uno de ellos en el esfuerzo, sin saber el sentido de tal inmolación.

La conclusión, sencilla. La historia y la belleza son expertas cobradoras. Exigen sacrificios que ven cumplidos. Exigen, reciben y vuelven a exigir, sin que se detenga el bucle. Lamentablemente, esto se construye bajo los huesos de unos y no de todos. Dichosos son aquellos exentos del sacrificio. Dichosos somos nosotros, condenados los mineros.

Escribe:
Iñigo

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